La playa, y sus vicisitudes

2008-09-23

Cuando era pequeño la playa me resultaba jocosa. Bajaba corriendo descalzo, sólo con el bañador ya desde casa. Me tiraba en el agua fría y no me enteraba, y al salir me tiraba en la caliente arena y me rebozaba con ella, costumbre de la pandilla. Jugaba a varios juegos de pelota, variando entre arena, mar y un combinado. Volvía a casa con un olor a sal y a frescor, y un moreno espectacular, de otra raza, y con las pilas cargadas.

Ahora cambia bastante la cosa. Ya antes de salir tienes que comprobar si tienes todos los utensilios: toalla grande, protección solar, gafas de sol, mp3, bañador de recambio, cartas, uñas de los pies presentables (esas grandes desconocidas), autodefinidos, palas y pelota. Todo para una o dos horas de tarde.

El llegar es un suplicio. Cuando terminas de aparcar, empiezas a buscar otro aparcamiento, el tuyo, en la propia arena. Una vez que tienes ubicada la toalla, tras varias vueltas sobre ti mismo, te das cuenta que toda la hermosura que ves cuando estás de pie desaparece mágicamente al acostarte, y realmente estás rodeado de viejas y/o de niños mimados y maleducados. Tienes que tirarte a tomar el sol, concentrándote una y otra vez en no salirte del espacio limitado por la toalla, para que cuando te incorpores estés con arenas hasta en el hoyuelo heredado.

El sobaco ruge, y decides tirarte al agua. Vas entrando de puntillas y encogido de hombros como el Nosferatu (incluyendo el semblante) o como chiquito (incluyendo el jaaarrr!!). Saltas las pequeñas olitas cual niña jugando a la goma. Crees que no vas a poder hasta que aparece un niño o macho cabrío, que se arroja cual foca nórdica justo delante de ti, salpicándote de arriba a abajo. Entonces avanzas hasta la altura del sexo o gónadas. Ahí aguantas la respiración 3 segundos, y entonces te tiras.

Nadas a toda leche, a causa del frío y tambien para borrar la imagen dada de niña del mago de Oz. Te cansas, te incorporas y ves diversos desperdicios a tu alrededor, algunos orgánicos y malolientes, otros más higiénicos (en otros contextos, claro). Suele aparecer el látex.

Cuando vuelves a la toalla está enterrada en arena, por no sé qué razón. La sacudes, pero una ráfaga de viento acude vertiginosa y toda la arena se pega a ti. Pones el mp3, pero te acuerdas de que estás hasta el culo de oir siempre las mismas canciones. Coges las cartas, las dispones, y una ráfaga de viento acude vertiginosa, volteando una y otra vez las cartas. Las risas atronadoras de las viejas te indican que es hora de irte. Te limpias los pies, te pones las sandalias, y cuando llegas a la carretera una o más piedrecillas que estaban ocultas se colocan justo bajo los sensibles y fríos dedos, como un ataque de guerrillas.

Lo mejor, llegar a casa. Feliz Otoño.

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